Hay personas que solo pueden beber agua embotellada por una combinación de factores que van desde cuestiones de salud hasta percepciones personales y hábitos culturales. En algunos casos, esta preferencia responde a necesidades médicas reales, mientras que, en otros, tiene más que ver con la desconfianza hacia la calidad del agua del grifo o con una sensibilidad particular hacia el sabor y los componentes del agua corriente. Esta elección, que puede parecer un simple gesto cotidiano, en realidad refleja una relación compleja con el entorno, la salud y los hábitos de consumo.
Para ciertas personas, el agua embotellada representa una necesidad médica, ya que algunos organismos reaccionan de forma adversa a los minerales, químicos o bacterias presentes en el agua del grifo, especialmente en lugares donde su calidad es variable o deficiente. Individuos con sistemas inmunológicos debilitados, como pacientes con enfermedades crónicas, personas mayores o quienes se encuentran bajo tratamiento inmunosupresor, pueden verse obligados a evitar cualquier posible contaminación, por mínima que sea. En estos casos, el agua embotellada ofrece una garantía adicional de pureza y control microbiológico, al menos en teoría, ya que está sometida a procesos industriales de filtrado y embotellado regulados por normativas específicas.
También están quienes sufren intolerancias o sensibilidades a ciertos compuestos químicos utilizados en el tratamiento del agua potable, como el cloro o el flúor. Aunque estas sustancias se emplean para garantizar que el agua del grifo sea segura para el consumo humano, algunas personas desarrollan molestias gastrointestinales, irritaciones o incluso reacciones alérgicas leves tras su ingesta continuada. El agua embotellada, especialmente la que proviene de manantiales naturales o se comercializa como de baja mineralización, suele carecer de estos añadidos, lo que la convierte en una opción más tolerable para estos consumidores.
Más allá de las razones médicas, hay una dimensión sensorial que influye en esta preferencia, según nos explican los trabajadores de Agua La Marea, quienes nos cuentan que el sabor del agua varía notablemente según su origen, composición mineral y método de tratamiento. Algunas personas detectan con facilidad la diferencia entre un agua rica en sodio, otra con un alto contenido en calcio o una que ha pasado por un proceso de desinfección con cloro. Para quienes son especialmente sensibles al gusto o al olor, el agua del grifo puede resultar desagradable, independientemente de que sea completamente segura. En este contexto, el agua embotellada ofrece una experiencia más uniforme, y en muchos casos, más placentera al paladar.
También hay un componente psicológico importante, puesto que, en algunos entornos urbanos, la confianza en el sistema de suministro de agua ha disminuido por episodios pasados de contaminación, problemas en las redes de distribución o escándalos mediáticos relacionados con la calidad del agua. Esto ha generado un hábito de precaución entre muchos ciudadanos, que prefieren no correr riesgos y optan por una fuente de agua que perciben como más fiable, aunque ello implique un coste económico superior o la generación de residuos plásticos.
Por último, el aspecto cultural y de estilo de vida también influye, dado que, en algunas sociedades, el consumo de agua embotellada se ha asociado con hábitos saludables, modernidad o estatus social. Las marcas han sabido posicionar sus productos como parte de un estilo de vida cuidado, activo y selecto, reforzando así la idea de que el agua embotellada es mejor o más pura. Este mensaje cala especialmente entre quienes buscan controlar su entorno, cuidar su cuerpo o diferenciarse a través de sus elecciones cotidianas.
¿Cómo se potabiliza el agua?
La potabilización del agua es un proceso mediante el cual el agua natural se transforma en agua apta para el consumo humano, es decir, segura, limpia y libre de microorganismos y sustancias que puedan representar un riesgo para la salud. Aunque el método puede variar ligeramente según la calidad del agua de origen y las tecnologías disponibles, en general se siguen una serie de etapas diseñadas para eliminar sólidos, agentes patógenos, compuestos químicos y cualquier impureza que afecte su salubridad.
Todo comienza con la captación del agua en su fuente natural, que puede ser superficial o subterránea. En el caso de aguas superficiales, como ríos o embalses, suele ser necesario un tratamiento más riguroso debido a su mayor exposición a contaminantes. El agua se transporta entonces hasta una planta de tratamiento, donde se somete a una serie de procesos físicos, químicos y, en algunos casos, biológicos.
Una de las primeras fases es la decantación o sedimentación, que permite separar las partículas sólidas más grandes y pesadas. Antes de eso, en ocasiones, se aplica un proceso de coagulación y floculación, mediante el cual se añaden productos químicos que provocan que las partículas en suspensión se agrupen en pequeños flóculos.
Una vez retirada la mayor parte de los sólidos, el agua pasa por un sistema de filtración, normalmente a través de capas de arena y grava. En este punto se eliminan las impurezas más finas, así como buena parte de los microorganismos. Dependiendo de la calidad del agua, este filtrado puede ser más o menos intensivo, y en algunos casos se utilizan tecnologías más avanzadas como membranas o carbón activado para eliminar contaminantes orgánicos o sustancias con sabor y olor desagradable.
El paso más crítico es la desinfección y aquí se eliminan los microorganismos patógenos que pueden causar enfermedades como cólera, fiebre tifoidea o gastroenteritis. El método más común es la cloración, que consiste en añadir una pequeña cantidad de cloro al agua. Este producto químico no solo destruye bacterias y virus, sino que deja un residual que protege el agua durante su distribución.
Una vez que el agua ha pasado por todas estas etapas, se realizan análisis de control para asegurarse de que cumple con los estándares de calidad establecidos por las autoridades sanitarias. Solo entonces se considera potable y puede ser distribuida a la población a través de una red de tuberías.